Actuar a martillazos

Te preguntarás qué es esto o qué hace una sección como está en un lugar como este. Bueno, no puedo dejar de ser quien soy. Y no soy otra cosa que alguien que la ha cagado muchas veces, de muchas maneras diferentes, en varios países de un par de continentes; la he cagado con gente de todo tipo: cercanos, amados y desconocidos. Lo he hecho practicando varias profesiones además y, todo eso en menos de 50 años; y los últimos 29 años trabajando como actor, o siempre en algo relacionado con la actuación. De todo eso han salido varias cosas buenas, creo.

Y un resultado inesperado después de tanta cagada: sigo vivo. Es un logro, otros no lo consiguen. Mi padre, por ejemplo.

¡Ah! ¡También escribo! Desde chiquito.

Y se me ocurrió mezclar mis experiencias como actor junto con anécdotas, tips, reflexiones, etc., para que tú las leas. Si quieres, claro, que aquí solo obliga el amor.

Sí eres una persona que nada tiene que ver con la actuación, sé que, a través de mis experiencias (no las de otros, estas son mías), vas a entender un poco más quienes somos esta… fauna a la que nos llaman actrices y actores.

Si eres un compañero o compañera actriz que está empezando quizá encuentres algo que te inspire o que te ayude. Siento que son pocas las cosas QUE NO ME HAN PASADO a mí como actor, así que hay de donde.

Y si eres alguien ya con años en la actuación y has llegado hasta aquí… puede que te sientas identificado y que te rías, o no y también te rías, o yo que sé. Quizás tengas tus propias anécdotas y las quieras compartir.

Escríbanme a través de CONTACTO… pregunten… cuenten… jodan (siempre sin faltar, ¿eh?) y, mientras tanto, ¡ojalá lo disfruten!

¡Tercera llamada, tercera!

Dos puñetazos en el pecho

Di muchas vueltas en mi corta vida. Desde pequeño quería ser veterinario, misionero, arqueólogo, paleontólogo, científico, médico, escritor, abogado, cura, dibujante de comics, viajero… en fin, ¡Mira, una mosca! ¡Guau!¡Ya sé! ¡Quiero ser saltar en paracaídas!

La cuestión es que, inevitablemente me encontraba con la física, la química, las matemáticas y el latín, así que después de mucho repetir cursos y cuando me quedaban únicamente tres asignaturas para poder acceder al examen de Selectividad y de ahí a la Universidad para estudiar psicología en Salamanca (que era lo que, a esas alturas, menos me disgustaba), decidí irme al que había sido mi antiguo instituto a buscar información. Le pregunté a la encargada de dar esa información, que era la psicóloga (o también era psicóloga, o mi memoria se inventó eso, no lo sé; posiblemente era psicóloga), le conté mis planes y me pidió que me esperara ahí, en esa sala, que tenía la dichosa información en su oficina.

Yo me puse a leer papeles y flyers, folletos que había repartidos por las mesas (no dejaba de leer, nunca; cuando no tenía qué leer leía los cartones de leche, las líneas de las manos, el destino en los posos del café, la dirección de las nubes, la cuestión era leer lo que fuera), y me cayó en las manos un folleto de la ENT (la Escuela Navarra de Teatro). En el papel se enumeraba las asignaturas de cada uno de los tres años, explicaba cómo anotarse para…

¡Pum!

Recibí un puñetazo en el pecho, a la altura del corazón.

Y fue un buen golpe.

Un puño invisible me había golpeado tan fuerte que me hizo dar un paso atrás, trastabillando, justo cuando la psicóloga regresaba sonriente con unos papeles en la mano y diciéndome que me sentara para que me pudiera explicar.  

Yo la miré, miré el folleto que aún tenía en la mano y le dije que no, que iba a ser actor.

A ella se le desencajó la mandíbula y los ojos se le agrandaron; yo me di la vuelta, esta vez levantando el folleto por encima de mi cabeza, y dirigiéndome a la puerta grité: ¡Sí, voy a ser actor!

¿Qué había pasado? ¿Quién me había golpeado?

Pensé en los años posteriores que había sido sugestión mía o que me había inventado la historia del puñetazo para contar cómo o porqué había decidido ser actor de una manera… más dramática.

Solo que, diez años después, vivía al otro lado del Atlántico, en Buenos Aires para ser más exactos. Estaba comiendo pizza con mi amigo Marcelo Albarracín en un lugarcito de Corrientes entre Callao y la 9 de Julio, y él me estaba respondiendo a una pregunta que yo le había hecho cuando…

¡Pum!

El mismo puñetazo en el mismo lugar.

Y casi me hizo caer de la silla.

Marcelo me miraba como quien mira a un político: incrédulo. Luego me preguntó si estaba bien. Yo tragué la pizza que estaba masticando para poder responder y señalándolo a través de la mesa le dije: “¡Yo voy a hacer eso!”.

La cara de él fue la misma que la de psicóloga del Instituto Pablo Sarasate una década antes: ojos como platos, trozo de pizza a medio masticar dentro de su boca abierta (en eso y en la barbita de varios días se diferenciaba un poco, pero la cara de sorpresa era idéntica).

—Sos un boludo —dijo unos segundos después—. Eso ya está hecho. La pasan por la tele, y ya están en la segunda temporada.

—No sé cómo, ni cuando, ni de qué manera, pero… sé que voy a hacer eso— le respondí absolutamente convencido. Había visto el futuro. Sí, no en detalle, y sin embargo había sido como aquella vez que “supe” que iba a ser actor. Las reconocí idénticas, y nunca más me ha vuelto a pasar.

—Comé, pelotudo, y dejá de decir boludeces.

Tres años después, de regreso en México, pero a solo dos semanas de irme a vivir a Australia (sí, mis planes eran Australia, China e India, un par de años en cada lugar viajando, viviendo y actuando como pudiera o como me dejaran porque ni chino ni hindi ni inglés, pero yo… pa’lante, como los de Alicante), con el boleto, el dinero que había ahorrado, las maletas hechas y habiendo regalado casi todo lo que tenía del apartamento que alquilaba; con un par de semanas libres para despedirme de mi México; a solo esas dos semanas de irme a las Antípodas a vivir, me ofrecieron lo que yo, tres años antes supe que iba a hacer; aquello que mi amigo me dijo que era imposible y que, ciertamente, era mucho más que complicado: yo nunca había hecho nada importante para que nadie me tuviera en cuenta, en México no se hacían series, y cuando comenzaron a hacerlas… ¿qué posibilidades había, entre los cientos o miles de series que se habían hecho alrededor del mundo para que eligieran hacer el remake de… Los simuladores?

Sí, esa era la misma serie por la que le pregunté a Marcelo años antes.

Yo no tenía televisión en Buenos Aires y me jodía no poder quedar con nadie los jueves porque toda la ciudad, ¡todo el país!, se paralizaba para ver ese programa. «¿Qué carajos es eso de Los Simuladores, Marcelo?» «¡No, no! ¡Esa tira es una belleza! ¡Son cuatro tipos que solucionan cosas disfrazándose y actuando! ¿Vos sabes que es Misión Imposible? Pues una mezcla de eso con Los Magníficos… Sí, los del A Team… ¿La Brigada A? Sí, El Equipo A, boludo. Pues eso, una mezcla de Misión Imposib…»

Puñetazo en el pecho.

¡No! ¡Mi hijo quiere ser Actor!
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