La chica del reflejo triste: Capítulo I

Aitana sale de casa sabiendo que no va a regresar. Cierra la puerta despacio. El pestillo suena como una caricia, como un disparo.

Asustada todavía se queda un momento con la frente contra el marco de la puerta esperando que alguien salga detrás de ella. Y, aunque sabe que eso no va a ocurrir (aunque desea con todo el alma que no suceda), aún así… espera. 

Se aparta con dedos irritados las lágrimas que corren por su cara, coge el viejo bolso de deporte con sus pertenencias —las pocas que pudo sacar, las otras las da por perdidas—, y baja por las escaleras los tres pisos que le separan de la puerta del edificio y del mundo.

Las calles se sienten diferentes a como las recordaba; diferentes a como se ven en las pantallas. «Quizá —piensa Aitana mientras recorre con piernas y pies de barro los adoquines y el asfalto—,siempre han sido diferentes y las que existían en mi cabeza solo eran calles imaginadas».

Sus nudillos están blancos de tanto apretar las asas de piel de mentira de su bolso. El balanceo de su caminar descompasado —ora inclinada para un lado, ora para el otro, tratando de compensar el peso de su cosas— amenaza, a cada paso, con rozar el fondo de poliéster con el asfalto y provocarle una última herida a ese plástico viejo y barato del bolso por la que se derrame el contenido sobre las huellas invisibles que va dejando por esas calles de la ciudad a modo de migas de pan.       

Aitana mira hacia atrás y hacia arriba, antes de doblar la primera esquina. Se ve allí, en la ventana de su casa, apoyado el rostro contra el vidrio sucio, una sonrisa en la cara y las mismas lágrimas en las mejillas. Esa chica levanta la mano y le hace un gesto de despedida.

Aitana, desde la calle, levanta una mano tímida y se despide de la ventana vacía, sabiendo que no la volverá a ver y, sabiendo también que, por más que corra, por más que huya, por más que quiera, siempre llevará a esa chica a donde quiera que vaya. Le gustaría poder olvidarla, pero sabe que tardará en perder la memoria de esa manera. De momento, decide, la llevará encima: como una losa en la espalda, como una inercia: como una advertencia. Levanta la mano por ultima vez y la agita con rabia, incluso; despidiéndose de la chica encerrada en esa casa, que es ella, pero que ya no lo es, porque Aitana —esa Aitana nueva y asustada, determinada—, está doblando la esquina de la calle y se aleja con rumbo incierto, sabiendo únicamente que no saber a dónde ir ni saber qué es lo que va a ocurrir en su vida, ya es ganancia.

Más publicaciones

Mi tierra

Una losa en la espalda como equipaje, inercia que me empuja cuando no puedo más. ¡Ah, Prometeo Cristificado! ¡Tendrás una tierra que no es tuya

Seguir leyendo >

Una mirada

Reflexiones y pensamientos. Una mirada (la mía) hacia este mundo en el que vivimos, intentando aprehender y expresar con palabras lo que veo, lo que

Seguir leyendo >